Hay momentos en esta extraña vida de expatriada acompañante, en que miras hacia atrás y no te reconoces.
Te acuerdas de cuando tenías 25 años, viviendo sola, con tu primer empleo. Feliz, motivada, orgullosa, independiente. Entrando y saliendo. Sin dar explicaciones. Creciendo profesionalmente, personalmente.
Y, desde entonces, lo que supuestamente era una vida de enriquecimiento y privilegio por partida doble (la fortuna de la maternidad y de la expatriación) a ti te ha sentado regular. Has empequeñecido.
No sabemos cómo les habrá ido a las demás, las que se quedaron “en casa”. Ni por qué se insiste tanto en las alas que te da vivir en el extranjero.
Tú cada vez te sientes más pequeña. Menos autónoma. Más insegura. Pidiendo permiso, pidiendo perdón. Asfixiada. Agotada.
Hay un momento de frenar en seco la inercia. De gritar stop. De poner límites: «Hasta aquí (he empequeñecido). No puedo más. Si sigo así, desaparezco.»
Y de volver a construir. Empezar a ponerte delante, de nuevo. Delante de tus hijos. Delante de tu pareja.
Son muchas las alternativas:
- Un viaje sola
- Una reasignación de las responsabilidades familiares
- Un trabajo full time y super exigente
- Un emprendimiento
- Una separación
Busca la tuya.
Pero, sobre todo, deja de hacerte pequeña e ignorar tus necesidades.
No estás sola. Tu herida es la de muchas expatriadas acompañantes. Una vez eres consciente de ella, es fácil curarla, recordar quién eres y volver a reconocerte en el espejo. Si quieres ayuda en este proceso, puedes contar conmigo.