Odio cuando se cierra una puerta: la de mi casa nueva tras una mudanza.
Acompaño al rellano a mis hijos y marido. Me dan un beso. Nerviosos, se van de casa, en su primer día de colegio y trabajo, respectivamente.
Me quedo sola. En una casa extraña, llena de cajas. Un hogar por medio construir que no reconozco.
Una cocina que no me inspira. 🤷♀️
Y un ordenador, que, como ventana por la que entra el aire, me enseña vacantes de organizaciones en idiomas extranjeros, que me resuenan tan lejanas…
Un café a media mañana. Sola.
Y una espera impaciente. ¿Estarán bien en el cole? ¿Les estará costando mucho?
“Deberías aprovechar la oportunidad. Ir de turismo. Descubrir la ciudad.” Me susurra una voz, fingiendo velar por mi bienestar.
A veces, su discurso varía y me quiere poner a hacer deporte. 😅
Yo lo único que quiero es ir a una oficina, tener proyectos y colegas, cobrar dinero. Una vida normal. Un desarrollo profesional e independiente. Una quimera que huele a lujo. A fantasía que no me toca. 💫
Tras un día largo y vacío, se abre de nuevo la puerta. Caras cansadas, llenas de historias. Alguna lágrima.
Mi vida empieza a vibrar con la de ellos y a suspirar por que vuelva poco a poco la rutina. Quizás entonces pueda yo cruzar la puerta…
Si también te has sentido sola y dependiente en el extranjero y quieres retomar tu trayectoria profesional, hablemos.