Jack era mi vecino de Berlín.
No era un buen amigo, con el que quedáramos a cenar de vez en cuando. Tampoco el padre de los amigos de mis hijos. Ni siquiera era el oscuro objeto de mi deseo… 😝
Jack era, más bien, un vecino enérgico y molesto. De esos que duermen menos de 6 horas y parece empeñado en que tú tampoco duermas. Jack tocaba en casa la trompeta, con una disciplina inversamente proporcional a sus habilidades musicales.
Acabamos de mudarnos y extraño a Jack.
Mudarte trastoca tu vida de tal manera que hasta los detalles más insignificantes adquieren nuevos tintes y valencias.
Rebelándome contra la edulcorada visión de la mudanza como una nueva y maravillosa oportunidad, sostengo que la mudanza es una torta en toda la cara.
Te desequilibra. Te zarandea. Te lastima. A menudo, te hace llorar.
Ataca dos pilares fundamentales de tu bienestar: el sentido de identidad y el de pertenencia.
Por las noches, cuando escucho a alguno de mis hijos sollozar por los amigos que dejaron atrás, recuerdo lo profundo que dormían en Berlín, indiferentes a los pasos de Jack y los torpes acordes de su trompeta.
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