Los momentos más infelices de mi vida han coincidido con aquellos en que tenía “la suerte” de poder no trabajar.
Y es que no trabajando, renunciaba, en parte, a:
- Proyectos con objetivos concretos y plazos fijos
- Retroalimentación sobre mi desempeño
- Horario y estructura
- Colegas con quienes compartir ideas o un café a media mañana
- Confianza sobre mis capacidades
- Temas de conversación
- Independencia económica y social
- Previsión financiera de futuro
- Los lunes… y los viernes
- La vuelta de las vacaciones…. y el comienzo de las mismas
“Ya, pero depende de en qué trabajo”… Sí, sin duda. Hablo de aquellos empleos que conozco, aquellos que he tenido la suerte de encontrar me he esforzado por conseguir. Trabajos con impacto social, flexibilidad y posibilidades de desarrollo.
Se pueden suplir algunas de las cosas que te aporta el trabajo por otras vías. De hecho, en algunas ocasiones (falta de visado de trabajo, de reconocimiento de títulos o de idioma u otras circunstancias personales), no queda más remedio.
Pero se trata de parches puntuales. ¿Educamos a nuestros hijos e hijas para que tengan “la suerte” de poder no trabajar? Yo no conozco a nadie a quien esa alternativa le parezca atractiva (aún menos con recursos ajenos).
Si no trabajas y te sientes insatisfecha [si estás contenta, probablemente no te interesará leerme 😊], no le des más vueltas. Busca… Prueba… Déjate tentar… Quizás ese impopular monstruo del trabajo no sea tan malo como el de la dependencia.